domingo, 3 de mayo de 2009

Influenza

No comprendo por qué todo el mundo se queja tanto de la influenza y del hecho de que no debe uno acudir a la escuela o salir de su hogar. Honestamente, a mí me ha resultado algo maravilloso. Les cuento: El lunes, tras salir de la prepa, habiendo sido advertidos de la gripe porcina, Edgar y yo nos fuimos a mi casa. Una hora más tarde, sus preocupados padres llamaron a su celular preguntando su ubicación. Él les reveló que se encontraba en mi residencia, razón suficiente para que ellos no quisieran que se saliera a la calle y se arriesgase a contraer tan temible enfermedad. “Quédate allí”, dijeron, “en un momento te llevaremos una maleta con tu ropa y tus cosas. Es preferible eso a que salgas”. Yo comencé a figurarme las consecuencias: si mi amado era abandonado por sus padres en mi casa, nosotros no debíamos ir a la escuela, y mis padres y hermano debían acudir al trabajo, eso significaba que ambos tendríamos la casa para nosotros solos durante varias horas… Tal vez, incluso, días enteros.

Justo unos días antes, me parece que ha sido el jueves o el viernes anterior a eso, Hugo y yo habíamos acudido a una tienda que vende objetos sexuales y compramos un bonito vibrador. Ésta era la oportunidad perfecta para usarlo, sin embargo, debíamos tener cuidado de no llamar demasiado la atención ni parecer muy necesitados de tener relaciones mientras estuviéramos con mi familia. Ayer en la noche, después que mis padres habían vuelto a casa, finalmente nos dignamos a usarlo. Habíamos jugado videojuegos todo el día, por lo que a mí me dolía un poco la cabeza y ansiaba dormir. Me recosté sobre la cama y cerré mis ojos, pero al poco rato empecé a sentir movimiento sobre mi estómago. Era Edgar, que deslizaba sus manos por debajo de mi camiseta. “Yuki… quiero hacerlo”, susurró.

Yo ya estaba adormilado, pero dentro de mí, sabía que también deseaba el sexo. “Tú comienzas”, le dije intentando despabilarme. De esa manera, yo podría disimular un poco lo soñoliento que me encontraba. Brincó de la cama, se desnudó y luego se postró sobre mí. Acercó su bello rostro al mío y comenzó a pasearlo por mi cuello. Metió las manos bajo mi camiseta y la retiró suavemente. Luego mordió la orilla de mis bóxers y lentamente fue bajándolos. Seguí casi dormido, apenas y me estaba dando cuenta de lo que sucedía. De pronto me pareció que estaba tardando demasiado; abrí los ojos y lo observé poniendo con dificultad el vibrador dentro de él. Se lo quité y comencé a masajear alrededor de la entrada, para luego incrustarle aquél intruso. Una vez dentro, lo encendí. “Gracias. Ahora te toca a ti”, me dijo al oído. Me reclinó boca arriba sobre la cama y levantó un poco mi entrepierna, entonces se introdujo dentro mío y se empezó a mover suavemente. De alguna manera, la cual aún no descifro, logró inclinarse hacia el frente para lamer uno de mis pezones. Con su mano derecha, masajeó el otro y lo presionó de una forma extrañamente apetecible. Su otra mano se colocó alrededor de mi erección y comenzó a producir una masturbación deliciosa. Simplemente parecía ser demasiado para mí, de modo que no pude contenerme, y un delator grito emergió de mi garganta mientras ambos llegábamos inevitablemente al orgasmo. Pensé que nadie lo había escuchado, pues pudimos continuar durante unos cuantos minutos hasta que… la puerta se abrió. Para mi suerte, era Jesús, quien solamente pronunció las siguientes palabras “mis padres me dijeron que viniera a ver por qué gritabas…”, salió del cuarto y cerró la puerta tras de sí. Pude escuchar cómo les decía a mis padres “todo está bien, sólo se ha golpeado en el dedo pequeño del pie. No se preocupen”. A simpe oído, parece ser una excusa ridícula, pero analizando las cosas fríamente, es algo bastante razonable. Unos minutos más tarde, entró de nuevo para “tomar algunas ideas”. Me resulta algo irracional que un muchacho de diecinueve años tome ideas de cómo hacer el amor de su hermano tres años menor.

Me di cuenta que a Hugo le gusta ser observado, ya que no desistió de nuestras relaciones sexuales y siguió moviéndose con la misma agilidad hasta que los dos llegamos al segundo orgasmo. Salió de mí y sacó el vibrador de su pequeño y adorable trasero para ponerse en posición mientras decía seductoramente “ahora es tu turno, mi amor”. Rápidamente, tomé aquél objeto y lo introduje del mismo modo que Edgar lo había hecho. Inmediatamente después, lo penetré y comencé a moverme con energía demás. Intenté hacer lo mismo que él, pero mi cuerpo no es tan elástico, así que no lo logré y sencillamente me limité a intentar hacer que se sentara sin salir de él para poder besarlo. Lo conseguí sin tener que hacer mucho esfuerzo. No tardamos mucho en llegar al tercer orgasmo. Para entonces, yo ya estaba muy cansado, y Hugo también parecía poder moverse apenas. Nos unimos en un abrazo y nos besamos con tanta pasión como aún nos quedaba. Coloqué mi mano sobre su pecho y acaricié cada pulgada de su cuerpo. “Yuki, no me digas que aún tienes ganas”, me dijo con una adorable sonrisa en el rostro. Sonreí también y besé sus hermosos labios. “Mi corazón, mi mente y mi estómago (¿Qué? Perdón, no estaba pensando en el momento en que lo dije) me dicen que sí, pero mi cuerpo me dicta que ya no puede más”. Lamí la parte trasera de su oreja mientras él deslizaba sus manos sobre mi espalda como si quisiera decirme que no parase nunca.

Entonces, Salvador tomó en sus manos la sábana y nuestros bóxers y nos los lanzó. “Pónganselos rápido”, dijo tomando un libro de sobre la repisa. “Tápense y cierren los ojos”. En eso, mi madre entró. Había sido tanto placer que quedé aturdido y no escuché sus pasos al acercarse.
Madre: ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué la luz está apagada?
Salvador: La acabo de apagar. Les estaba leyendo un libro para que se durmieran.
Madre: Ay, qué ternura… No creí que Ángel todavía se pudiera dormir así.
Salvador: Por favor, ¿no te parece extraño que estudie todas las noches antes de dormir?

Hermano, eso ha sido lo más estúpido que se te ha ocurrido jamás. Sin embargo, me has salvado y te has convertido en mi cómplice. Te agradezco mucho lo que has hecho. Por primera vez siento que adoro a mi hermano mayor. En fin, ya me dejaré de cursilerías, porque Edgar ya sale del baño y no quiero que me vea escribiendo esto.

1 comentario:

Kirin dijo...

xD.
Que genial que tu hermano haga algo bueno ^-^.