La única razón por la cual tengo esto como título es porque es a lo que me estoy enfrentando justo ahora. Hace unos cuantos días, Edgar y yo pensamos que debíamos decirles a nuestros padres acerca de nuestro noviazgo; sin embargo, tras pensar en todas las posibles consecuencias, nos acobardamos y con mucho dolor en mi alma sugerí lo que jamás hubiera podido ocurrírseme antes: “deberíamos terminar”.
Ambos decidimos que era lo mejor, y aunque seguimos frecuentándonos (como amigos), yo sentía una gran depresión, y un pesar que azotaba mi corazón despiadadamente, hasta que el viernes me encontré en el baño de mi casa, llorando como si estuviera en fase terminal de una enfermedad mortal. Salvador abrió la puerta.
Salvador: ¿Qué tienes, marica?
Yuki: Me siento mal.
Salvador: Ya lo noté, pero, ¿por qué?
Yuki: Terminé con Edgar.
Salvador: ¿Por qué hiciste eso?
Yuki: No tuvimos el valor para contarlo a nuestros padres y no queremos seguir ocultándolo.
Salvador: ¡Eres un idiota!
“¡Eres un idiota! ¡Idiota, como tú sólo!”, repetía una y otra vez, midiendo el piso con pasos repetitivos y gritando como si yo hubiera cometido un homicidio. Comenzó a regañarme y me dijo que me fuera a dormir, pues al día siguiente me haría levantar temprano para hablar con mis padres y llegar temprano a casa de Hugo antes que su papá se fuera a trabajar.
Se llegó el sábado. Yo estaba completamente nervioso. Hice a mi papá y a mi mamá sentarse en un sillón y yo me senté en el otro, junto a mi hermano. Comencé a explicarles la situación, y me di cuenta que era más el miedo que yo tenía que el que en verdad debía padecer. Mi madre me dijo que ella ya lo sabía, pero que estaba esperando que yo se lo dijera; y mi padre, no muy contento con la situación, me dijo que no estaba orgulloso, pero que “ya estaba yo bastante grandecito y era mi propia decisión”. Agradecí a ambos su comprensión y mi hermano y yo nos dirigimos a casa de Edgar. Una vez allá, su madre nos recibió cálidamente y me dijo que su hijo ya estaba despierto. Fui a hablar con él, a pedirle que ignoráramos lo que había sucedido y volviéramos a ser novios, pero esta vez, debíamos hablar con los mayores.
Repetimos el proceso. Pedí a sus padres sentarse en las sillas del comedor mientras Hugo, Jesús y yo nos sentábamos en el sillón. Expliqué. Pero sus padres no tuvieron la misma reacción. Su madre pensaba similar a mi padre: no le enorgullecía, pero tampoco nos reprocharía por ello. En cambio, su padre sólo dijo “ve por tus cosas”. En ese momento, mi corazón se derrumbó. Era justo lo que queríamos evitar. Lo ayudé a llenar una maleta que su padre le dejó en el cuarto para que empacara y él me dijo “yo lo sabía. Mi padre es el típico conservador que piensa de esta manera. Ya sabía que sucedería”. Besé su mejilla y mis labios tocaron una lágrima de dolor.
No sabíamos que hacer: Hugo no quería invadir la casa de mis padres, y yo no quería dejarlo solo. Pronto, Salvador dio con una buena idea: “niños, hace tiempo tengo una casa en la cual no vivo. Ustedes pueden quedarse ahí”. No podía creer semejante acción. Era una muestra de afecto, preocupación y apoyo al mismo tiempo. Él les explicó la situación a mis padres, quienes no estuvieron muy de acuerdo con ello, pero que me dejaron vivir mi vida con el amor de la misma. Llegamos a casa, tomamos mi computadora, mi ropa y otros objetos personales y nos fuimos. De camino a lo que sería nuestra nueva casa, Edgar me abrazó. Yo pude ver en su rostro diferentes sentimientos. Sus ojos me decían “tengo mucho miedo”. Sus labios me decían “te necesito” y el color de su piel, “estoy muy triste”. Besé su frente y lo apreté suavemente contra mi pecho.
Llegamos allí. Mi hermano nos explicó que había comprado la casa y los muebles para cuando él y su novia decidieran casarse, pero al final no les fue bien y decidieron separarse. Nos dijo que podíamos vivir ahí y que él también se mudaría para asegurarse que no incendiáramos la casa. Habíamos estado sin Internet, por lo cual no había escrito esto, pero ayer por la tarde, Jesús halló un módem en una gaveta y por la noche la instaló. Ahora gozamos de la red.
En ciertos momentos parece un sueño hecho realidad: Edgar y yo juntos, haciendo nuestra vida en la misma casa, durmiendo en la misma cama todas las noches, pasando cada momento del día el uno con el otro… Y a veces parece una pesadilla: nuestros padres lejos, sin apoyarnos, sin querer saber nada de nosotros y con el único apoyo de quien yo creía que me odiaba. Ahora me doy cuenta que tengo un valioso tesoro que no había descubierto, y se llama Jesús.
Espero que las cosas salgan bien. Tenemos que tratar de encontrar un trabajo de medio tiempo o, por lo menos, algo que hacer con lo que ganemos dinero. Tal vez dé tutorías de inglés para la gente de mi escuela, y Hugo hará algo similar. Habíamos dicho que no queríamos ser parásitos, así que por lo menos, comenzaremos a pagar parte de los gastos de la casa.
Se despide de ustedes,
un ángel en problemas
lunes, 18 de mayo de 2009
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