jueves, 28 de mayo de 2009

Sonrisas.

Muy bien. Acabo de encontrar un papelito que Andrea me dio el día de hoy, espero los haga sonreír tanto como a mí. El contenido de éste es el siguiente.

Hola. Una vez que hayas recibido este papel, léelo y prepárate para sonreír en grande con los datos establecidos a continuación.
1-Es imposible tocarse todos los dientes con la lengua.
2-Una vez que has leído esto, intentaste tocarte todos los dientes con la lengua.
3-El dato número uno es falso.
4-Estás sonriendo como estúpid@.
5-Le pasarás este papel a alguien más porque eres bien idiota.


Me avergüenzo de mí mismo, hice todas las cosas que decía el papel. Claro, al final regresó a mí y lo conservé. Honestamente, esa niña siempre envía cosas de ese tipo. Una vez, cuando éramos novios, me dio un papel que decía “tengo algo muy importante que preguntarte”. Lo abrí, y éste decía “¿Me darías la hora?”. Fue algo muy vergonzoso, pero lo recuerdo y me da mucha risa. Lo peor es que lo recuerdo constantemente y me pongo a reír descontroladamente, razón suficiente para que Edgar me mire con extrañeza. Bueno, ahora sí, dejaré de escribir cosas tontas y me pondré a revisar mis correos. Vaya, actualizaciones en AMP… ¿El circo llegó a la ciudad? Amanita, eso fue algo idiota. Y la niña tiene voz de señora cuarentona.

Cosas idiotas.

Tenía ganas de escribir esta mamada, pero realmente no me pasa nada muy interesante, así que les contaré un cuento.

Érase una vez un ángel que se llamaba Yuki. Ése ángel tenía como misión proteger a la criatura más hermosa del universo entero; su nombre era Edgar, y cada movimiento que hacía volvía loco de pasión a Yuki.

Un día, un monstruo llamado Rosa atacó a Edgar, se lo quería comer. Yuki desenvainó un sable e hizo picadillo a Rosa.

Conclusión: Ha sido un final feliz.

Lol. Disculpen mi cuento idiota. No tengo nada importante que contarles y siento la necesidad fisiológica por escribir palabras con el teclado de un computador.

viernes, 22 de mayo de 2009

Hermosa lluvia.

Hace un rato estaba lloviendo muy fuerte. Edgar y yo sacamos unas sillas al patio para contemplar la belleza de la precipitación. Nos sentamos y conversamos un rato. Al cabo de unos minutos nos dimos un suave beso. Hugo me sonrió y se levantó, se paró en un punto donde caía mucha lluvia y levantó la cara hacia el cielo. Me acerqué a él y lo abracé. Desabotoné su camisa y se la quité con suavidad. Besé sus pequeños hombros, mi amado se estremeció un poco y levantó su cuello haciendo un adorable sonido que revelaba cuánto le gusta que yo haga eso.

Mi hermano salió de la casa y nos dio una cobija. “Sé que la necesitarán”, nos dijo mientras la ponía sobre el piso y nos lanzaba una mirada como diciéndonos “diviértanse”. Nos recostamos y seguimos conversando. Puse mi mano sobre su delicado estómago y empecé a jugar con su ombliguito. Él se movía con un aire de incomodidad y placer al mismo tiempo. Acaricié su cuello y le besé el estómago. “Yuki… Yuki…”, repetía con una voz hermosa.

Al cabo de un rato me quitó la camiseta con sus preciosos y perlados dientes. Nos tocamos el uno al otro durante varios minutos y nos besamos dulcemente. Paró de llover. Nos abrazamos por mucho tiempo hasta que nos dio hambre y entramos a la casa empapados a comer algo de GALLETAS. Y ahora heme aquí, terminando de escribir esto y jactándome de que acabo de conseguir trabajo de tutor en mi escuela. La vida progresa.

lunes, 18 de mayo de 2009

Momentos duros.

La única razón por la cual tengo esto como título es porque es a lo que me estoy enfrentando justo ahora. Hace unos cuantos días, Edgar y yo pensamos que debíamos decirles a nuestros padres acerca de nuestro noviazgo; sin embargo, tras pensar en todas las posibles consecuencias, nos acobardamos y con mucho dolor en mi alma sugerí lo que jamás hubiera podido ocurrírseme antes: “deberíamos terminar”.

Ambos decidimos que era lo mejor, y aunque seguimos frecuentándonos (como amigos), yo sentía una gran depresión, y un pesar que azotaba mi corazón despiadadamente, hasta que el viernes me encontré en el baño de mi casa, llorando como si estuviera en fase terminal de una enfermedad mortal. Salvador abrió la puerta.

Salvador: ¿Qué tienes, marica?
Yuki: Me siento mal.
Salvador: Ya lo noté, pero, ¿por qué?
Yuki: Terminé con Edgar.
Salvador: ¿Por qué hiciste eso?
Yuki: No tuvimos el valor para contarlo a nuestros padres y no queremos seguir ocultándolo.
Salvador: ¡Eres un idiota!

“¡Eres un idiota! ¡Idiota, como tú sólo!”, repetía una y otra vez, midiendo el piso con pasos repetitivos y gritando como si yo hubiera cometido un homicidio. Comenzó a regañarme y me dijo que me fuera a dormir, pues al día siguiente me haría levantar temprano para hablar con mis padres y llegar temprano a casa de Hugo antes que su papá se fuera a trabajar.

Se llegó el sábado. Yo estaba completamente nervioso. Hice a mi papá y a mi mamá sentarse en un sillón y yo me senté en el otro, junto a mi hermano. Comencé a explicarles la situación, y me di cuenta que era más el miedo que yo tenía que el que en verdad debía padecer. Mi madre me dijo que ella ya lo sabía, pero que estaba esperando que yo se lo dijera; y mi padre, no muy contento con la situación, me dijo que no estaba orgulloso, pero que “ya estaba yo bastante grandecito y era mi propia decisión”. Agradecí a ambos su comprensión y mi hermano y yo nos dirigimos a casa de Edgar. Una vez allá, su madre nos recibió cálidamente y me dijo que su hijo ya estaba despierto. Fui a hablar con él, a pedirle que ignoráramos lo que había sucedido y volviéramos a ser novios, pero esta vez, debíamos hablar con los mayores.

Repetimos el proceso. Pedí a sus padres sentarse en las sillas del comedor mientras Hugo, Jesús y yo nos sentábamos en el sillón. Expliqué. Pero sus padres no tuvieron la misma reacción. Su madre pensaba similar a mi padre: no le enorgullecía, pero tampoco nos reprocharía por ello. En cambio, su padre sólo dijo “ve por tus cosas”. En ese momento, mi corazón se derrumbó. Era justo lo que queríamos evitar. Lo ayudé a llenar una maleta que su padre le dejó en el cuarto para que empacara y él me dijo “yo lo sabía. Mi padre es el típico conservador que piensa de esta manera. Ya sabía que sucedería”. Besé su mejilla y mis labios tocaron una lágrima de dolor.

No sabíamos que hacer: Hugo no quería invadir la casa de mis padres, y yo no quería dejarlo solo. Pronto, Salvador dio con una buena idea: “niños, hace tiempo tengo una casa en la cual no vivo. Ustedes pueden quedarse ahí”. No podía creer semejante acción. Era una muestra de afecto, preocupación y apoyo al mismo tiempo. Él les explicó la situación a mis padres, quienes no estuvieron muy de acuerdo con ello, pero que me dejaron vivir mi vida con el amor de la misma. Llegamos a casa, tomamos mi computadora, mi ropa y otros objetos personales y nos fuimos. De camino a lo que sería nuestra nueva casa, Edgar me abrazó. Yo pude ver en su rostro diferentes sentimientos. Sus ojos me decían “tengo mucho miedo”. Sus labios me decían “te necesito” y el color de su piel, “estoy muy triste”. Besé su frente y lo apreté suavemente contra mi pecho.

Llegamos allí. Mi hermano nos explicó que había comprado la casa y los muebles para cuando él y su novia decidieran casarse, pero al final no les fue bien y decidieron separarse. Nos dijo que podíamos vivir ahí y que él también se mudaría para asegurarse que no incendiáramos la casa. Habíamos estado sin Internet, por lo cual no había escrito esto, pero ayer por la tarde, Jesús halló un módem en una gaveta y por la noche la instaló. Ahora gozamos de la red.

En ciertos momentos parece un sueño hecho realidad: Edgar y yo juntos, haciendo nuestra vida en la misma casa, durmiendo en la misma cama todas las noches, pasando cada momento del día el uno con el otro… Y a veces parece una pesadilla: nuestros padres lejos, sin apoyarnos, sin querer saber nada de nosotros y con el único apoyo de quien yo creía que me odiaba. Ahora me doy cuenta que tengo un valioso tesoro que no había descubierto, y se llama Jesús.

Espero que las cosas salgan bien. Tenemos que tratar de encontrar un trabajo de medio tiempo o, por lo menos, algo que hacer con lo que ganemos dinero. Tal vez dé tutorías de inglés para la gente de mi escuela, y Hugo hará algo similar. Habíamos dicho que no queríamos ser parásitos, así que por lo menos, comenzaremos a pagar parte de los gastos de la casa.

Se despide de ustedes,
un ángel en problemas

domingo, 3 de mayo de 2009

Influenza

No comprendo por qué todo el mundo se queja tanto de la influenza y del hecho de que no debe uno acudir a la escuela o salir de su hogar. Honestamente, a mí me ha resultado algo maravilloso. Les cuento: El lunes, tras salir de la prepa, habiendo sido advertidos de la gripe porcina, Edgar y yo nos fuimos a mi casa. Una hora más tarde, sus preocupados padres llamaron a su celular preguntando su ubicación. Él les reveló que se encontraba en mi residencia, razón suficiente para que ellos no quisieran que se saliera a la calle y se arriesgase a contraer tan temible enfermedad. “Quédate allí”, dijeron, “en un momento te llevaremos una maleta con tu ropa y tus cosas. Es preferible eso a que salgas”. Yo comencé a figurarme las consecuencias: si mi amado era abandonado por sus padres en mi casa, nosotros no debíamos ir a la escuela, y mis padres y hermano debían acudir al trabajo, eso significaba que ambos tendríamos la casa para nosotros solos durante varias horas… Tal vez, incluso, días enteros.

Justo unos días antes, me parece que ha sido el jueves o el viernes anterior a eso, Hugo y yo habíamos acudido a una tienda que vende objetos sexuales y compramos un bonito vibrador. Ésta era la oportunidad perfecta para usarlo, sin embargo, debíamos tener cuidado de no llamar demasiado la atención ni parecer muy necesitados de tener relaciones mientras estuviéramos con mi familia. Ayer en la noche, después que mis padres habían vuelto a casa, finalmente nos dignamos a usarlo. Habíamos jugado videojuegos todo el día, por lo que a mí me dolía un poco la cabeza y ansiaba dormir. Me recosté sobre la cama y cerré mis ojos, pero al poco rato empecé a sentir movimiento sobre mi estómago. Era Edgar, que deslizaba sus manos por debajo de mi camiseta. “Yuki… quiero hacerlo”, susurró.

Yo ya estaba adormilado, pero dentro de mí, sabía que también deseaba el sexo. “Tú comienzas”, le dije intentando despabilarme. De esa manera, yo podría disimular un poco lo soñoliento que me encontraba. Brincó de la cama, se desnudó y luego se postró sobre mí. Acercó su bello rostro al mío y comenzó a pasearlo por mi cuello. Metió las manos bajo mi camiseta y la retiró suavemente. Luego mordió la orilla de mis bóxers y lentamente fue bajándolos. Seguí casi dormido, apenas y me estaba dando cuenta de lo que sucedía. De pronto me pareció que estaba tardando demasiado; abrí los ojos y lo observé poniendo con dificultad el vibrador dentro de él. Se lo quité y comencé a masajear alrededor de la entrada, para luego incrustarle aquél intruso. Una vez dentro, lo encendí. “Gracias. Ahora te toca a ti”, me dijo al oído. Me reclinó boca arriba sobre la cama y levantó un poco mi entrepierna, entonces se introdujo dentro mío y se empezó a mover suavemente. De alguna manera, la cual aún no descifro, logró inclinarse hacia el frente para lamer uno de mis pezones. Con su mano derecha, masajeó el otro y lo presionó de una forma extrañamente apetecible. Su otra mano se colocó alrededor de mi erección y comenzó a producir una masturbación deliciosa. Simplemente parecía ser demasiado para mí, de modo que no pude contenerme, y un delator grito emergió de mi garganta mientras ambos llegábamos inevitablemente al orgasmo. Pensé que nadie lo había escuchado, pues pudimos continuar durante unos cuantos minutos hasta que… la puerta se abrió. Para mi suerte, era Jesús, quien solamente pronunció las siguientes palabras “mis padres me dijeron que viniera a ver por qué gritabas…”, salió del cuarto y cerró la puerta tras de sí. Pude escuchar cómo les decía a mis padres “todo está bien, sólo se ha golpeado en el dedo pequeño del pie. No se preocupen”. A simpe oído, parece ser una excusa ridícula, pero analizando las cosas fríamente, es algo bastante razonable. Unos minutos más tarde, entró de nuevo para “tomar algunas ideas”. Me resulta algo irracional que un muchacho de diecinueve años tome ideas de cómo hacer el amor de su hermano tres años menor.

Me di cuenta que a Hugo le gusta ser observado, ya que no desistió de nuestras relaciones sexuales y siguió moviéndose con la misma agilidad hasta que los dos llegamos al segundo orgasmo. Salió de mí y sacó el vibrador de su pequeño y adorable trasero para ponerse en posición mientras decía seductoramente “ahora es tu turno, mi amor”. Rápidamente, tomé aquél objeto y lo introduje del mismo modo que Edgar lo había hecho. Inmediatamente después, lo penetré y comencé a moverme con energía demás. Intenté hacer lo mismo que él, pero mi cuerpo no es tan elástico, así que no lo logré y sencillamente me limité a intentar hacer que se sentara sin salir de él para poder besarlo. Lo conseguí sin tener que hacer mucho esfuerzo. No tardamos mucho en llegar al tercer orgasmo. Para entonces, yo ya estaba muy cansado, y Hugo también parecía poder moverse apenas. Nos unimos en un abrazo y nos besamos con tanta pasión como aún nos quedaba. Coloqué mi mano sobre su pecho y acaricié cada pulgada de su cuerpo. “Yuki, no me digas que aún tienes ganas”, me dijo con una adorable sonrisa en el rostro. Sonreí también y besé sus hermosos labios. “Mi corazón, mi mente y mi estómago (¿Qué? Perdón, no estaba pensando en el momento en que lo dije) me dicen que sí, pero mi cuerpo me dicta que ya no puede más”. Lamí la parte trasera de su oreja mientras él deslizaba sus manos sobre mi espalda como si quisiera decirme que no parase nunca.

Entonces, Salvador tomó en sus manos la sábana y nuestros bóxers y nos los lanzó. “Pónganselos rápido”, dijo tomando un libro de sobre la repisa. “Tápense y cierren los ojos”. En eso, mi madre entró. Había sido tanto placer que quedé aturdido y no escuché sus pasos al acercarse.
Madre: ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué la luz está apagada?
Salvador: La acabo de apagar. Les estaba leyendo un libro para que se durmieran.
Madre: Ay, qué ternura… No creí que Ángel todavía se pudiera dormir así.
Salvador: Por favor, ¿no te parece extraño que estudie todas las noches antes de dormir?

Hermano, eso ha sido lo más estúpido que se te ha ocurrido jamás. Sin embargo, me has salvado y te has convertido en mi cómplice. Te agradezco mucho lo que has hecho. Por primera vez siento que adoro a mi hermano mayor. En fin, ya me dejaré de cursilerías, porque Edgar ya sale del baño y no quiero que me vea escribiendo esto.